PERFIL MARIANO DE LA IGLESIA
Si un carisma es siempre un don para el bien de la Iglesia, como sería el carisma o los carismas de un Papa?. Su carisma era para el bien de la Iglesia Universal. Que bello, que un carisma mariano se hubiese unido tan entrelazadamente con el carisma petrino: ¡Un papa mariano!. “un don para Roma y para el mundo entero” (Cardenal Ruinio, julio 2005)
Juan Pablo II, encarna en sí mismo, los dos grandes perfiles de la Iglesia: “Mariano y Petrino: “El Concilio Vaticano II, confirmando la enseñanza de toda la tradición, ha recordado que en la jerarquía de la santidad precisamente la “mujer”, María de Nazaret, es “figura” de la Iglesia. Ella “precede” a todos en el camino de la santidad; en su persona la “Iglesia ha alcanzado ya la perfección con la que existe inmaculada y sin mancha” (cf. Ef 5, 27) En este sentido se puede decir que la Iglesia es, a la vez, “mariana” en que continúa el eco del fiat de María (evidente en la santidad del amor y de la vida que continúa en el corazón de la iglesia) y “Apostólico-Petrina”, la dimensión institucional que le da cohesión y orden al cuerpo. Los dos principios de unidad, “La dimensión mariana de la Iglesia, precede a su dimensión petrina” (Catecismo de la Iglesia Catolica # 972)
Se considera uno de los grandes legados de Juan Pablo II, entre muchos, el haber vivido, enseñado, de palabras, obras y gestos, al inicio del Tercer Milenio, el “perfil mariano” de la Iglesia, que compendia en sí el contenido más profundo de la renovación conciliar. La nueva primavera de la Iglesia se da en el Cenáculo: donde Pedro, los apóstoles (y en ellos todos nosotros) estamos unidos, congregados en oración, a los pies de la Madre del Redentor y Madre de la Iglesia. Acogiendo con alegría y totalidad, el don de la presencia materna en el Corazón de la Iglesia.